El amante japones by Isabel Allende

El amante japones by Isabel Allende

autor:Isabel Allende
La lengua: spa
Format: epub
editor: PLAZA X JANYES


Los Fukuda regresaron a California y se instalaron en Martínez, a cuarenta y cinco minutos de San Francisco. Ichimei, Megumi y Heideko, trabajando de sol a sol, obtuvieron la primera cosecha de flores. Comprobaron que la tierra y el clima eran los mejores que se podía desear, sólo faltaba colocar el producto en el mercado. Heideko había demostrado tener más agallas y músculos que cualquier otro miembro de su familia. En Topaz desarrolló espíritu combativo y de organización; en Arizona sacó adelante a su familia, porque Takao apenas podía respirar entre cigarrillos y ataques de tos. Había querido a su marido con la feroz lealtad de quien no cuestiona su destino de esposa, pero enviudar fue una liberación para ella. Cuando regresó con sus hijos a California y se encontró con dos hectáreas de posibilidades, se puso al frente de la empresa sin vacilar. Al principio Megumi tuvo que obedecerle y coger pala y rastrillo para trabajar en el campo, pero tenía la mente puesta en un futuro muy alejado de la agricultura. Ichimei amaba la botánica y poseía una voluntad férrea para el trabajo pesado, pero carecía de sentido práctico y ojo para el dinero. Era idealista, soñador, inclinado al dibujo y la poesía, con más aptitud para la meditación que para el comercio. No fue a vender su espectacular cosecha de flores en San Francisco hasta que su madre lo mandó a lavarse la tierra de las uñas, ponerse traje, camisa blanca y corbata de color —nada de luto—, cargar la camioneta e ir a la ciudad.

Megumi había hecho una lista de las floristerías más elegantes y Heideko, con ella en la mano, las visitó una por una. Ella se quedaba en el vehículo, porque era consciente de su aspecto de campesina japonesa y su pésimo inglés, mientras Ichimei, con las orejas coloradas de vergüenza, ofrecía su mercadería. Todo lo relacionado con dinero lo ponía incómodo. Según Megumi, su hermano no estaba hecho para vivir en América, era discreto, austero, pasivo y humilde; si de él dependiera, andaría cubierto con un taparrabo y mendigando su alimento con una escudilla, como los santones y profetas de la India.

Esa noche, Heideko e Ichimei volvieron de San Francisco con la camioneta vacía. «Primera y última vez que te acompaño, hijo. Eres responsable de esta familia. No podemos comer flores, tienes que aprender a venderlas», le dijo Heideko. Ichimei trató de delegar ese papel en su hermana, pero Megumi ya estaba con un pie en la puerta. Se dieron cuenta de lo fácil que era obtener un buen precio por las flores y calcularon que podrían pagar la tierra en cuatro o cinco años, siempre que vivieran con el mínimo y no ocurriera una desgracia. Además, después de ver la cosecha, Isaac Belasco les prometió que obtendría un contrato con el hotel Fairmont para el mantenimiento de los espectaculares ramos de flores frescas del hall de recepción y los salones, que daban fama al establecimiento.

Por fin la familia empezaba a despegar, después



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